lunes, 17 de octubre de 2016

Espirales de Juguete







Me sobran bocas desde la última vez que compartimos nuestra sed
porque sigues arrancándome hasta la última de las gotas de humedad.
Me sobra ruido desde la última vez que dictaminaste sentencia con tu silencio de otorgar
porque sigues sonando en las mismas canciones.


Nunca te pusiste el vestido blanco con el que sonrojabas a los desconocidos
ni aquella falda de flores
de la que hubiese arrancado todos los pétalos
hasta que me hubiesen confesado que me querías.

Pero tú tampoco llegaste a saber que me moría por tu espalda
cuando te alejabas de la estación
y yo me quedaba esperando que girases la esquina.

Creo que te he visto marcharte demasiadas veces.

Aun recuerdo el día en que querías huir,
no el primero, ni el segundo,
sino el último de todos, el de verdad.
Y digo “verdad” porque que te hubieses quedado conmigo en aquel portal
hubiese sido la mayor mentira que nos hubiésemos contado

Pero al fin y al cabo, necesitaba que lo hicieras mal para así sentirme bien,
para emborronar todos los recuerdos del que fue mi hogar durante meses,
para inventarte de la forma en que ya no dolieras.

¿Cuánto tiempo más vas a quedarte a vivir en este poema?

Tu mísera presencia me hace recordar los restos de caramelos que quedaban en las comisuras de mis labios, al besar la que era, la piel que tergiversaba el desierto en oasis.

Tú, tacto de nube, aun te recuerdo clavar espinas en mis oídos mientras te untabas en miel.
Como el que se confiesa ante ojos de Dios para poder seguir matando con la conciencia tranquila.

Y debería ser honesto y admitir que
puede que tus labios de soga me supieran a paracaídas,
puede que no advirtiera los pálpitos del terremoto mientras abrochabas
como una niña
tus cordones a mi estomago.
Quizá es que intentaba encontrar tu pulso en mis propias muñecas.
O quizá solo se trate de que te hubiese querido mal todos los días de mi vida
y solo tú lo supiste ver a tiempo.

Pero, dime,
¿Por qué aun después de todo esto, sigo sintiendo que vas a ser tú quien me va salvar la vida?








jueves, 12 de mayo de 2016

Tormentas





La último vez en que se inundaron mis pulmones
sus manos me aprisionaron la respiración desde el otro lado de la acera,
para luego jugar a devolverme el aire a intervalos de agonía.
Y la sensación de verla llegar fue la misma
que la de estar bajo un aguacero
y encontrar una cornisa.

La última vez en que nos quedamos a oscuras
en la calle había un campo de minas de gotas frías
y castillos de paredes de barro en cada parque.

Sus labios seguían violáceos cuando sonaron los engranajes de la cerradura girando,
su aliento aun parpadeaba pausadamente en mi boca
justo antes de desvestirla
como si no supiéramos ni de agujas ni de relojes,
sus manos aun estaban frías mientras desabotonaba mi camisa hasta pellizcar mi cuello.

Como ríos de agua deslizándose por toboganes de hierro,
como el viento empujando hasta lo más alto los columpios.


Hay reflejos de luz callejera en los cristales de sus gafas
y trazos de fría escarcha impregnados en su piel ocre.
Mis manos se hunden en la tinta que baña su carne
como queriendo aprender las lineas que la delimitan en la oscuridad.
Mi boca se unge con el alcohol de la fragancia que estrangula su cuello
y sus piernas se entrelazan entre las mías,
como dos lazos que se estrechan y cierran formando un nudo.

Hay un manantial en cada poro de su piel
y su sudor desciende como enredaderas de miel,
guiando mi lengua hasta la última de las terminaciones nerviosas de su cuerpo.

Como lámparas eléctricas cayendo en hilo del cielo,
como rayos sin voz tocando el suelo con la yema de los dedos.

Se puede rozar el silencio si te tumbas en su pecho y,
el sincronismo de su pulso, enmudece a todos los relojes
que articulan un
“ya es tarde”
en nuestras bocas. 

Su nombre, escrito con calor sobre el vaho,
abre espejos sin horizontes con las imágenes que no sabré desdibujar
cuando se marche.

Se puede disfrazar la niebla de la mañana borrosa bajo sus sabanas,
y escucharla con la excitación de nuestros corazones golpeándonos en la boca.

Como olor a humedad tras los ventanales,
como retratos del invierno en los cristales.

“No quiero que vuelvas a cerrarme una puerta si no es conmigo dentro.”
Le dije mientras lo hacía.

Y el ruido de sus pasos sobre los escalones, mientras se alejaba,
sonaba con la terrible semejanza de la última vez.

Que torpes mis ojos que no saben cómo apartarse de su espalda,
que inútil barrer los restos de lo que fuimos para después escribírselos,
que absurdo el ahora y el sin ti por no hacernos daño.

Que difícil recordar la lluvia ahora que me ahogo.


Como ponerle rejas a los patios del recreo
y tragarme la llave del candado que pusiste en mis labios.


Quiero decir, que sí, que yo también sé de tormentas,
pero destilar el frió en tu boca
me bastaba para saber donde quería estar.











sábado, 30 de abril de 2016

entre-lazos






No me preguntes que hago aquí,
como si no hubieras adivinado estas manos agrietadas de lijar pasado,
para luego escribírtelos.
Por si se nos olvidan.
Con esta sed de futuros que es solamente tuya
y que dejaron aquí tus ansias de despojarme de toda humedad.

No me mires así,
como si el metálico timbre o mis nudillos en la puerta
no hubieran hecho más eco en
la frontera de las palabras que se quedaron por decir
que en el hueco del 4º de tu escalera,
como si esta noche no nos resultase parecida
o no nos supiese un poco igual en la mirada a otras mucho menos frías,
en las que 4 era un número más entre cientos de besos
y no tu desconocido portal.

Quizá tengas razón,
y debamos ser lo más correctos posibles en cuanto al lenguaje,
evitar los excesos retóricos donde se esconde más de lo que se dice,
eludir todo lo que resultaría incomodo para evitar mentir.

Pero la nostalgia se acomoda a tu silencio en el salón
y se ciñe contra el tacto áspero de sonrisa nerviosa
que no pueden silenciar mis labios.

Deberíamos ser más educados en cuanto a la mirada.
Los extraños no se miran como
si encontraran algo familiar en cada pequeño detalle de rasgo,
como si desempolvaran a retazos los gestos del otro con la mirada.
Los ojos no pueden vacilar en el vuelo
en línea recta desde una silla hacia la otra,
porque solo las miradas cómplices tiemblan,
y eso es algo que no podemos permitir que se nos note.

Hay un tiempo exacto permitido en la continuidad de una mirada ajena,
un tiempo que no se puede sobrepasar,
para que no se desplome el disfraz que transforma
nuestros ojos en simple cristal.


Deberíamos callar.
Para dejarme recordar, mientras te observo, que es lo que olvidé,
porque sigo sin saber que hago aquí.
Aun no sé que sigo esperando y sin embargo siento que espero
y que tuya es la culpa que mantiene en pausa el tiempo.



Por eso he vuelto,
aunque no se pueda llamar exactamente así, verás:
nunca he roto mi postura de que

serías
ella.

Es como si
todos esos hilos invisibles desenredados de entre mis huesos,
a fuerza de olvido,
hubieran vuelto a tensarse hasta estrujar
todo lo que se ocultaba
en lo más profundo de mí.


Es como si
alguien hubiera estado meciendo el tiempo
hasta hacerlo pesado en mis brazos,
como si alguien lo hubiera dormido.




Contesta
si eres tu quien guarda mi perdido y embarrado tiempo,
dime si acaso descansa engullido y comprimido en el marrón de tus ojos.
Y, de ser así,
dime si pudieran quizá rasguear mis dedos en ellos,
como un niño escarba en la arena creyendo que
la marea no se lo llevará todo.
Dime si pudiese buscar en ellos hasta sondear en la oscuridad
de tu pensamiento.
Dime si acaso mis manos podrían encontrar,
del marrón de tus ojos,
el tiempo que han engullido de mi reloj de
arena
encharcada en el segundo en el que te fuiste.

Y, de ser así,
¿Qué sentido tiene seguir hablando de nuestras vidas?
Si la vida está varada en un instante,
y yo solo estoy intentando que creas
que puedo escapar de una espiral.


Déjame huir de toda esta educación antes de marcharme,
antes de cruzar el arco de ascensor que vaticina el presidio
y hundirme
en un terraplén de realidad,
antes de vacilar de una lado a otro por tu acera,
antes de las preguntas en la noche;
presta un momento de atención
a este silencio
y siente el rio de sangre que llevo al cuello en forma de soga,
el latido palpitante y duro en la yema de los dedos,
la respiración resonante y ausente de aliento,
la mirada insomne del que no sabe a hacia donde avanza,
las palabras atropellas que no saben cómo decir adiós,
la garganta sedienta que no sabe como decir adiós,
los labios cortados que no quieren pronunciar un adiós.
Y es que huele a hogar, escúchalo, el silencio lo grita,
el perfume resbala del cuello al aire y
huele a como respiran los abrazos que se transforman en mirada
y como las miradas consiguen ser aliento
y como el aliento se convierte en beso
y este beso en sello inquebrantable.

Una mirada que busca reciprocidad
y consuelo
en el mismo parpadeo.
Así es como se mira por última vez el fuego
para quien se adentra en el invierno.

20 segundos de caída sostenidos por 50 metros de cable,
14 min y 30 segundos de huellas sin identidad,
una vuelta a casa sin hogar,
una mueca de sutil ironía en la mancha de la noche,
una pausa indefinida sobre un transcurso invisible,
caer dormido y rasparse las rodillas,
jugar con las pesadillas
y un perenne silencio. 

-    Escribir
    es retorcer el recuerdo de tacto de tu piel
    en hebras diminutas
    con las que coserme las heridas.
   SobreVivir
      no es más que un continuo intento de deslizar el hilo

    que se acaba rompiendo justo después de cruzar el aro de metal. -



Ni te enhebro.
Ni te olvido.









sábado, 20 de febrero de 2016

Barrotes de Cristal



Como intentar llenar los pulmones de aire fresco
tras una ventana cerrada,
a eso se parece estar sin ti,
a ver la vida a través de un cristal,
como quien ve una proyección en bucle de cine mudo
de la que ya no puedes esperar sorprenderte.
A 18 fotogramas sin tu boca por segundo.

Como intentar sentir la fricción del viento en la tez
tras cuatro tabiques desconchados,
a eso se parece la piel sin tu tacto,
a paredes despedazadas
dejando caer poligonales pedazos de yeso y pintura,
a la carne dejando entrever la superficie cementada
que se esconde tras tus huellas.

Me quedé dormido a la hora exacta en la que te esperaban todos mis insomnios,
flotando en aquella esquina donde te inventabas besos con forma de cadena de juguete.

No he sabido volverme a despertar de este aletargado paso de los días
No he sabido volver a encontrarme
desde que caí de boca sobre los 1994 Km que me detenían,
sobre las 18h y 9 min de cuerda que le faltaban por dar a todos los relojes
desde mi ventana a tu balcón .



En este glaciar de papeles manchados con tu nombre
aun se empañan los cristales cuando recuerdo tus últimas frases,
porque tus palabras siguen conservando todo el calor.



Y es que no soporto la idea de verte las cenizas
mientras te avivas,
mientras me quemo.
Llamas
desde dentro de las cavidades de mi pecho
como si tu aliento hubiera quedado olvidado en mi caja torácica,
creando melodías desafinadas
que tus recuerdos aun saben bailar.

A veces me asomo por la ventana
como si pudieras volver a ser tu quien cruza la calle.
  

Y el despertador suena a “sin ti” por las mañanas,
aunque es el frío lado izquierdo de la cama
el que me hace despertar.
Y la ducha
suena a millón de gotas suicidándose
sin tu desnudo.
Y vestirse,
sin tu ropa junto a la mía arropando el suelo,
es como vendarme la piel supurando por cada poro,
porque la carne no es más que un disfraz descosido sin tus labios de alfiler.

Vivo un final sin final,
un punto suspensivo con tilde,
un tropezar constantemente con la única piedra del camino
que quiso ser de aire y, al volar,
dejo una zanja donde seguir cayéndome
y una cavidad en forma de trinchera en mi pecho,
a la que le sigo llamando hogar
aunque tú ya no estés aquí para defenderla.

A eso se parece tu ausencia,
a un semáforo en rojo en una calle vacía,
a mis uñas haciendo garabatos con tu nombre en otra piel,
a labio cortándose al sonreír,
a garganta sedienta en mitad de la madrugada,
a ahogarse con aire.



A veces,
me asomo por la ventana y me veo a mi
en un reflejo 
en el que ya no me conozco.       


Foto: Lidia Mozos
Instagram: @lydia_mzs 


domingo, 13 de diciembre de 2015

Un teatro vacío

Qué ironía la de encontrarla.
tan pérdida.
Encontrarla
tan extrañamente conocida.





Os podría contar que su abrazo
tiene la medida exacta como para rodearme la espalda
sin dejar de rozarse los dedos tras mi nuca.

Pero es imposible describir la sensación
de balancearse en los columpios de sus brazos.


Y no sé si es que
ambos estamos
cayendo en picado
y a la misma velocidad,
pero ella me aprisiona el pecho
como si estuviésemos a punto de tocar fondo.

Desde la primera vez que la vi
supe que me dolería
como solo a mi me puede doler el amor
cuando es de verdad.

Como solo a mi me puede doler 
la ansiedad de la incertidumbre,
la impaciencia en la boca por su cielo,
las prisas en las manos por sus líneas,
la duda de no hallar respuesta alguna
en la inseguridad de las primeras veces,
la torpeza de la inexactitud,
el no ser sino somos,
la agónica prudencia del que espera.
El amor, quizá.

Y es que
sigo siendo el mismo niño
que metía los dedos en el fuego
si el invierno le lamia la espalda.
Y lleva mucho tiempo sin salir el sol.
Y ella es una caja llena de cerillas en mis bolsillos
justo cuando no pensaba encontrar de nuevo los fusibles de casa.

Aun así
evito su boca.
Porque si me lo pide,
me quedo.

Sus labios son todo un juego de llaves de hierro,
porque al pasar la lengua por ellos el sabor a sangre te invade la boca.
Y es que no he encontrado mejor metáfora para explicarle
que no puedo dejar de lamer sus heridas
con la esperanza de verlas cicatrizar.

Por eso lo sé.
Por eso sé
que si me lo pide otra vez
me quedo.
Y evito su boca.

Por eso
y porque
os podría contar
que he vuelto a sentir el estomago pender de un hilo
con solo recordarla bailar sobre su ropa en mi habitación.

Porque por las noches
puedo contar de la una a las mil
luciérnagas en su piel
cuando las farolas se estrellan en sus cristalinas gotas de sudor.

Porque él solo contoneo de su llavero en el bolso
sabe abrir los candados que me encadenan al pasado.

Porque me pide que la acaricie como si fuera de cristal
para no tener que explicarme que tenga cuidado con las llagas
que le han provocado los restos de una piel anterior en su piel.

Porque me pide que la quiera.
Que la quiera y que le escriba con las letras
de quien no quiere una voz por respuesta
que no sea la suya

Porque sus piernas temblorosas
me arrancan los suspiros de la boca.
Y me sobra respirar y el aliento
cuando ella me agarra de las muñecas
hasta hundirme en la piel
los dibujos asimétricos de sus medias.

Porque,
es muy importante que lo sepas y debes entenderlo bien,
no pienso irme
ni aunque me lo pidas.

Y debe ser por eso,
sobre todo por eso,
por lo que evito tu boca.




domingo, 29 de noviembre de 2015

Enredaderas

Y como coño, tú que ya no eres nada, 
pudiste llegar a ser lo más parecido a perder casi todo.
Irene X


Una noche la invité al cine.
Mi boca apenas toleraba la sed por la suya mientras la observaba de reojo en su butaca.
Lo sabía, ella ya lo sabía.
Y le gustaba humedecerse los labios.
Porque los suyos eran como los extremos de las blancas alas pegadas de un sobre
que cae en las manos de un niño impaciente.

Daba igual el destinatario o el contenido
solo había que romperlo con la extrema violencia
con la que se abre papel de regalo.

No volví a morder una boca
de la misma forma en que lo hice con la suya.


Una tarde fue ella la que me  invitó a saber que
los besos secos que se mojan en su saliva
son como una pluma hueca bañada en chubascos de tinta.
Sin aquellos, ni una sola palabra hubiese podido mecanografiar.
Y describir esa sensación es como intentar saber dónde termina.


De aquel verano también recuerdo
la forma en que su piel invita al deshielo.
Pero el roce de esta
siempre fue como un cauce de agua helada por la espalda.
Un continuo esperar a que amaneciera mientras
los surcos de sus cortinas lamían el mismo suelo por el que arrastraba su ropa.



Un septiembre cualquiera
cada detalle de sus huellas dactilares rasgado en mi
fue un festín de milimétricas agujas,
desde el mismo primer segundo en que entendí que no tendríamos ni un minuto más.


Olvidar
fue como arrancarse las entrañas,
como deshilar una a una cientos de raíces astilladas en la piel.
Fue como cargar de repente con todas las cruces
que marcó en el calendario.
Como encontrar respuesta a lo último que preguntó:

¿Quién quiere llenarse de enredaderas que sabe que no tardará en cortar?

Y nunca volví a decir una palabra más,

“ porque cuando odias no mendigas.”



domingo, 15 de noviembre de 2015

122 fotos



122 fotos borradas después ya estoy mucho mejor
y no tardaré en reinventarte hasta no saber ni quien eras o que fuimos.
Porque al fin y al cabo
el odio es el camino más corto hacia el olvido.

Pero, desde que no estás,
para hablar de ti tengo que desdibujar tus huellas de mi lengua
y respirar, muy profundo, la fragancia que pervertía el aire
cuando lo arañabas tú.

Para hablar de ti 
tengo que esconder las manos que con cada mancha de tinta
reconocen  mi parte de la culpa: escribir como si fueses a volver;
y respirar, muy profundo, el perfume impregnado en las sabanas
que ahora me sabe a veneno.

Desde que no estás
           para hablar de ti tengo que desordenar las letras de mi nombre
hasta no saber ni quién soy.

Desde que no estás
cada vez que te nombran
tengo que taparme los ojos y dentellear mi lengua hasta no sentirla mía,
para no tener que escuchar de mi boca
que me gustaría ser inmortal en tu piel, como una cicatriz,
en lugar de ser esta áspera herida en mi garganta.
De tanto gritar y solo devolver perpetuos silencios.
De tantos ecos sin voz.

Si te escribo esto ahora es porque dentro de poco
te voy a reinventar hasta no saber ni quien eras o que fuimos,
a imaginarte de la forma que en ya no puedas doler,
a escribirte como si las folios se creyeran perennes cuando algún verso cuelga de tu piel,
a alejarme de ti como si acaso no fueras siamesa de mis venas.
  
Si te escribo esto ahora
   es porque pronto no sabré ni quien eras o que fuimos,
          es porque hay 122 fotos de distancia entre tu cuerpo y el mío,
                   es porque de haber sabido el final de esta historia, sé que no hubiera sido distinto,
es porque corre polvo por mis ventrículos desde que no están en tus manos,
es porque no estás,  es porque no fuimos capaces ni de despedirnos
es porque no puedo ni pronunciar tu nombre
                                                                                  es porque, simplemente,  yo ya no sé ni quien soy
si no pronuncia tu boca el mío.